Otras miradas

'Parole', 'parole', 'parole'

Marta Nebot

'Parole', 'parole', 'parole'
El Congreso aprueba la reforma de la Constitución para cambiar el término "disminuidos" por "persona con discapacidad". — EFE/ J.J. Guillén

Hay temas que me explotan en la cabeza como un Aleph interno, como un caleidoscopio infinito, como si las ideas que generan en mi cerebro fueran tantas y tan contradictorias que me resulta imposible ordenar su flujo. Me deslumbran de tal manera que me llevan a callejones sin salida en los que cada vez me meto menos.

Los más obvios son los obvios: las guerras injustas –es decir, las guerras–, el hambre, la desigualdad brutal, los fanatismos religiosos, ideológicos, políticos  –es decir, los fanatismos-. Los asuntos realmente importantes, los que –por ahora– definen el mundo.

Creo que hay muchos intereses, incluidos los propios, empeñados en que no desbrocemos esas bolas de ideas.

Esta vez me ha pasado con algo inesperado, más accesible, pareciera: la aprobación del cambio en la Constitución del término "disminuido" por "persona con discapacidad", el cambio de una terminología asistencialista por una de integración social.

Con este artículo me propongo desenredar mi nueva madeja, no –por más chiquita– menos compleja.

Soy consciente de que las palabras importan pero también de que solo son el principio y de que muchísimas veces se quedan en puro símbolo porque no van a la raíz –y no me refiero a la etimológica–.

La palabra "nigger", "negro" en inglés, lleva desterrada de Estados Unidos desde los 60. Se han hecho todo tipo de ceremonias de despedida, incluido su enterramiento. Está extendido llamarla "la palabra que empieza por n", para evitarla por todos los medios. Sin embargo, los hechos demuestran que las palabras son solo palabras y que la integración suele tener más que ver con los dineros. Los negros en Estados Unidos siguen siendo los más pobres, los que menos estudian, los más parados, los que más pasan por la cárcel, los más ejecutados. Y ésos siempre son pobres y, sí, también negros.

Por eso me han abofeteado los abrazos y las sonrisas en el Senado entre los sonrientes y victoriosos diputados de PPSOE que se felicitaban por su gran hazaña:  sacar de la Constitución un término insultante (disminuidos) que Naciones Unidas desterró hace diecisiete años.

Mejor esto que nada, argumentan muchos. Y esa idea también me ataca. Además, nos queda la esperanza boba de que éste sea el principio de los acuerdos obvios pendientes, el destaponamiento de la política más necesaria.

Sin embargo, entre esperanzas tenues y vasos medio llenos, hay un flanco de esta reforma que realmente me marea: el nuevo articulado exige que se atiendan "particularmente las necesidades específicas de las mujeres y niñas con discapacidad" y, por supuesto, me parece oportuno pero flagrantemente incompleto. En este tema, como en tantos otros, el factor económico es el que lo cambia todo. ¿Por qué en la Constitución no lo han puesto? ¿Por qué se conforman con las palabras bonitas que no les cuestan dinero?

Hace tiempo que me habita el hecho de que en este país hay muchas personas mayores con discapacidades motrices presas en sus casas porque no tienen ascensor. Los vi en un reportaje, los entrevisté por televisión. Un millón de mayores de 60 viven en edificios de más de tres plantas que no lo tienen y el 30% de ellos viven solos. Muchos son personas con discapacidad, todos tienen poco dinero. Nunca son edificios de pisos grandes, en barrios poderosos. Los que tienen ascensor, tengan la discapacidad que tengan, sí tienen libertad de movimientos.

De las 4.380.000 personas con discapacidad que hay en España, según el último informe del INE, ¿cuántas pueden paliar sus discapacidades con las ayudas más básicas que necesitan? ¿De qué dependen esas ayudas? ¿Van a ayudar más a las mujeres y a las niñas? ¿Van a financiar ascensores y salvaescaleras para ellas y van a dejarlos a ellos encerrados en su miseria, en los restos del urbanismo del desarrollismo franquista?

Sé que a ellas les cuesta más encontrar trabajo que a ellos –el paro de este colectivo, independientemente del género, es de más del doble que el del resto–. Sé que abandonan más los estudios que ellos –la tasa de abandono escolar de los discapacitados es del 43%, la de los demás de cerca del 14%-. Sé y creo en la discriminación positiva. Pero también sé que tener o no tener ascensor, silla de ruedas, transporte o cuidados, es un básico anterior que sigue faltando.

Sin esos básicos los cuerpos con discapacidad pueden ser jaulas de los que algunos afortunados tengan llaves y otros no. Esas llaves solo les sirven para salir a las calles que pueden ser hostiles o no. Sin ellas no habrá pelea contra las hostilidades, ni solidaridad que acompañe su pelea, ni cambios, solo soledad.

Y eso va antes de las discriminaciones de género, eso ocurre antes de salir a que el mundo te discrimine o no, eso es lo que la Constitución no dice cada vez que afirma que todos somos iguales. Eso es lo que un mero cambio de palabras no va a cambiar.

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