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El síndrome de la impostora sale caro

Cuando las psicólogas estadounidenses Pauline Clance y Suzanne Imes publicaron en 1978 su artículo sobre el síndrome de la impostora pusieron negro sobre blanco una situación a la que se enfrentaban millones de trabajadoras en el mundo: el sentimiento de (falsa) inferioridad ante los compañeros, de no alcanzar un supuesto estándar de rendimiento y competencia laboral. 

Así pierdes dinero sintiéndote impostora

Estar permanentemente dudando de ti misma en el ámbito laboral, sintiendo un “fraude”, no solo perjudica tu productividad por falta de confianza y puede afectar tu salud mental, sino que también sale literalmente muy caro. Así es como el síndrome de la impostora te hace perder dinero:

Evitando retos, ascensos y nuevos roles 

Síndrome impostora
Una mujer pensativa ante un ordenador – Fuente: Unsplash

¿Cuántas veces has pensado “ese puesto no es para mí”, “no creo que esté a la altura para asumir ese rol”, “prefiero no arriesgar y asumir más responsabilidad”? Las mujeres trabajadoras que acusan el síndrome de la impostora adolecen de una conducta de evitación

Esta conducta se manifiesta a través de una postura conservadora ante los cambios, ante la posibilidad de destacar y mostrar abiertamente la personalidad, rechazando asumir nuevos retos o posturas laborales arriesgadas, como defender una idea o un proyecto propio que choque con el de un compañero o un superior. 

Por supuesto, este enfoque conservador del trabajo tiene sus repercusiones a nivel financiero. Evitar descartar para no mostrar esa supuesta falta de brillantez supone rechazar oportunidades de promoción. Y no promocionar supone perder oportunidades de ganar más dinero: si un ascenso constituye como mínimo un 7% o un 10% más de salario, una trabajadora con síndrome de la impostora que no concibe promocionar está dejando escapar la posibilidad de engrosar mensualmente una considerable suma de dinero. 

Pero no solo se trata de ascensos, que suelen venir acompañados de un incremento salarial, sino también se trata de rechazar proyectos y nuevos retos laborales que servirían para apuntalar un perfil ambicioso y de liderazgo en la empresa para la que trabajan que, de forma indirecta, también conlleva perder opciones de promocionar y, con ello, ganar más dinero. 

Dejando pasar oportunidades 

A medida que vas cogiendo experiencia en el sector laboral te vas dando cuenta de que las oportunidades, como sucede en el resto de ámbitos de la vida, pasan y no vuelven. Una posibilidad de ascenso y de asumir una nueva responsabilidad puede suponer un cambio de rumbo definitivo en tu trabajo. Por supuesto, no todos los cambios son positivos ni tienen por qué mejorar tu salario a largo plazo, pero debes pensar que siempre hay posibilidad de dar marcha atrás si no te sientes a gusto con el nuevo rol. 

Las oportunidades de ascenso o promoción sirven también para salir de la zona de confort. Permanecer durante demasiado tiempo haciendo lo mismo puede ser contraproducente a nivel de competencia laboral: crecer en el trabajo es alentador y estimulante, es positivo para tu confianza y salud mental… y, generalmente, más rentable. 

No pidiendo aumentos de sueldo 

Los cambios en el salario no siempre vienen aparejados a un nuevo rol, una promoción o un ascenso. En determinadas situaciones, surge la ocasión y/o la necesidad de pedir un aumento de sueldo. Pero siempre se trata de una conversación delicada para la que cuesta encontrar el enfoque y el momento adecuado, especialmente por el temor a que tu petición sea rechazada, con todo lo que ello conlleva. 

Y es ese temor es el que, en las trabajadoras con síndrome de la impostora, se establece como una barrera a menudo infranqueable para optar a un aumento de sueldo. Y es que no solo se teme el rechazo, sino el hecho de que realmente “se merezca” el aumento de sueldo. Al adolecer de falta de confianza y minusvalorar el rendimiento laboral, la posibilidad de un aumento de sueldo ni siquiera se contempla, cuando, en no pocas ocasiones, sería aceptado y considerado justo por la empresa… para sorpresa de la trabajadora. 

Trabajando más 

Síndrome impostora
Una mujer trabajando en un fábruica – Fuente: Pexels

Es unas de las características más típicas de las trabajadoras que se sienten impostoras: trabajar más que los compañeros, generalmente fuera del horario laboral y haciendo horas extras no pagadas.  

Tanto la impostora perfeccionista como la individualista o la superhumana —según la clasificación de Valerie Young acerca de los tipos de impostor— sienten que la mejor manera de hacer un trabajo “perfecto” y conseguir la validación permanente de los demás, especialmente de los superiores, es trabajando más. Y, además, hacerlo todo sin ayuda de otros, a menudo por temor a revelar una falta de pericia. 

Así las cosas, muchas trabajadoras permanecen más tiempo en sus puestos de trabajo que muchos compañeros sin que ello suponga un ingreso extra. El siguiente paso para algunas de ellas es el síndrome de burnout: sentirse quemadas tras alargar las jornadas laborales de forma recurrente.  

Imitando a los compañeros 

Una curiosa consecuencia de presentar el síndrome de la impostora en el trabajo, apuntado en este artículo, es la posibilidad de presentar FOMO adhiriéndose de manera enfermiza a las tendencias que manifiestan los compañeros, incluso en comportamiento social o formas de vestir.  

La ansiedad por la validación grupal, por no destacar y sentirse aceptada dentro del a menudo complejo microcosmos laboral en el que no faltan las envidias, los celos, las tensiones y la hostilidad, conlleva asumir el síndrome FOMO, el miedo a perderse algo que, según The Stylist, constituye un gasto promedio de 353 libras en asistir a eventos laborales… a los que no se quiere asistir

Así mismo, y según la misma publicación, los británicos se gastan más de 1.000 libras en ropa de la que solo se usa en un 60%, todo por adherirse a las tendencias y “verse bien”.  

Abandonando el trabajo 

Pero el mayor coste financiero para una trabajadora con síndrome del impostor es, no cabe duda, tener que abandonar el trabajo cuando los efectos de su autodestructivo síndrome alcancen su cenit.  

Abrumadas por trabajar más cobrando menos, exhaustas por su tendencia a buscar la validación permanente y tal vez quemadas por el síndrome de burnout, algunos trabajadores puede acusar problemas de salud mental que los lleven a abandonar sintiendo que no son capaces de responder a las expectativas… cuando es muy posible que las estén superando con creces.  

Las empresas también pierden 

Síndrome impostora
Varias personas trabajan en una oficina – Fuente: Unsplash

Hasta ahora nos hemos referido al coste económico que supone el síndrome de la impostora para una trabajadora. Pero las empresas y organizaciones también pierden cuando muchos de sus trabajadores no saben gestionar adecuadamente su talento y productividad

Porque, ¿qué supone para una empresa perder a una trabajadora brillante, eficiente y resolutiva? A menudo son perfiles irremplazables a corto plazo, que no se pueden sustituir por lo que la empresa también pierde rendimiento y productividad.  

Así mismo, las bajas laborales como consecuencia de problemas de salud mental como ansiedad, depresión o falta de confianza paralizan proyectos y alteran el ritmo normal de trabajo. Así pues, tener a empleados trabajando de más y coqueteando con el síndrome de burnout no es bueno para nadie, tampoco para la empresa, ni siquiera a nivel financiero

¿La solución? Educación financiera 

Síndrome impostora
Una mujer sonriente ante un portátil – Fuente: Unsplash

Aunque las tendencias en los trabajadores más jóvenes que se están incorporando al mercado laboral parece estar cambiando, presentando un mayor nivel de exigencia —también económico—, lo cierto que el trabajador siempre ha mostrado una cierta desafección hacia la “educación financiera”

Solemos pensar que bastante tenemos con trabajar como para también tener que ser “expertos financieros”. A menudo nos conformamos con que llegue el salario a casa todos los meses sin preocuparnos de los detalles, a menudo, farragosos.  

Pero los expertos en recursos humanos coinciden en que una de las formas para acabar con el síndrome de la impostora es también implementar una adecuada formación financiera, una educación en finanzas vinculada al trabajo que nos ayude a valorar adecuadamente nuestra productividad. Porque, en la mayoría de ocasiones, ganamos menos de lo que deberíamos, no más, tal y como el síndrome del impostor nos parece indicar. 

Así las cosas, encontrar un equilibrio entre productividad, conciliación, ambición y rendimiento económico pasa también porque cada trabajador asuma su responsabilidad a la hora de conocer lo que realmente debe ganar, dado el ámbito en el que trabaja, su rendimiento y la situación económica general. No se trata de ganar más de lo que “merecemos”, pero, desde luego, tampoco menos. Solo así acabaremos con tanto síndrome de la impostora y alcanzaremos un razonable equilibrio entre trabajo, vida privada y salud física y mental.  



1 Comment

  1. Hola:
    Revisa el artículo “adolecer” significa “carecer”, creo que lo has empleado mal.

    Un saludo.

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