Dominio público

¿A dónde van las leyes que no se cumplen?

Ana Pardo de Vera

La semana pasada han tenido lugar tres hechos -y un cuarto está por darse cuando Felipe VI sea el único rey europeo que vaya al mundial de Qatar- que nos recuerdan todo lo que falta por hacer en España para que, de una vez por todas, se asuma que, si queremos ser un país democrático pleno, debemos exigirnos una memoria tan rigurosa como legal. Este domingo, 20 de noviembre y fecha en la que se conmemora la muerte del dictador Francisco Franco y del fundador de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera, han seguido celebrándose actos de homenaje a ambos déspotas.

Nadie espera -como se nos dice que ocurrió en la transición, por ejemplo, con los jueces o los militares- que los franquistas o falangistas se acuesten de tal guisa y se levanten demócratas de toda la vida, así que los 20-N, actos en privado (o en templos católicos) los asumimos todos y sería engañarse lo contrario. Cuando una ve sus rostros, muy concentrados, levantando el brazo, el aguilucho y la barbilla para dar loas a Franco y a Primo de Rivera, observa cosas que no puede decir aquí, pero que explican muchas cosas. Sí, la fisonomía es importante en estos rituales y seguro que ustedes también lo piensan.

Los apologetas de la dictadura y el falangismo -o sea, de la violencia contra quienes no son o no piensan como sus líderes- han salido a la calle este 20-N con el permiso de la Delegación del Gobierno en Madrid y el silencio de un Ejecutivo que, hace no muchos días, celebraba el primer homenaje a las víctimas del franquismo con total recogimiento y hace un mes, daba luz verde a la ley de memoria democrática que los falangistas y franquistas del siglo XXI se han pasado el pasado domingo por el arco del triunfo del golpe de Estado del 36.

A la hora que escribo estas líneas (22:00h del 20-N), nadie se ha pronunciado sobre este ataque a la democracia, salvo el presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), Emilio Silva, lógicamente indignado con la exaltación de Falange en pleno centro de la capital de España, con permiso y sin consecuencias: "Ni la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, ni la Fiscalía General del Estado han hecho nada contra esta concentración de exaltación fascista que atenta contra la democracia y agrede a las víctimas de la dictadura". Efectivamente, como recuerda también Silva, la Delegación de Gobierno la ha autorizado, por lo que la Policía Nacional se ha limitado a estar presente para evitar altercados. "¿Veríamos esa pasividad del Estado si se exaltara a un grupo terrorista? No la veríamos, porque a pesar de las recomendaciones de Naciones Unidas en España, siguen existiendo víctimas de primera y de segunda", concluye Silva.


Hemos normalizado la exaltación de la dictadura en nuestras calles, en los libros académicos, en  partidos políticos ... Hemos normalizado también que nuestras instituciones se pongan de perfil ante todos estos homenajes, que siguen generando un sufrimiento inhumano en familias doblemente atacadas por la dictadura, primero, y por la indiferencia, después.

Más allá, incluso, esta semana hemos asistido al bochornoso espectáculo de que una asociación ultracatólica logre que una jueza paralice por unos días la venta del sello que conmemora el centenario del Partido Comunista de España (PCE), muchos de cuyos militantes y simpatizantes siguen enterrados en cunetas por luchar por la democracia. Ya no es solo que la nueva ley de memoria democrática no cite ni una sola vez la palabra "verdugos" sobre quienes lo fueron durante cerca de medio siglo, sino que en este país, se normaliza que quienes fueron víctimas de la represión pasen por verdugos. "Son muy pocos", nos dicen. "Menos son los que aún reciben a los presos de ETA con loas en Euskadi y no vean la que lía por Madrid la institucionalidad", respondemos. ¿Por qué contra unos, sí, y contra los otros, no? Por lo que dice Silva: víctimas de primera y de segunda. Es indecente.

Este 20-N, también, conocíamos la muerte en Argentina de Hebe de Bonafini, la activista fundadora de las Madres de Plaza de Mayo que puso contra las cuerdas a la dictadura de Videla. Lamentaba hace dos fines de semana, mientras veía la emocionante Argentina 1985, no haber tenido en España un proceso similar al que allí vivieron con su sangriento dictador en 1983, cuando Videla y su cuadrilla de criminales fueron condenados por crímenes de lesa humanidad. Quién pillara solo una mínima parte de esa justicia, pero ni las migajas. Nos quedan los gritos de los apologetas, en cambio, incumpliendo la ley con total desparpajo. Nos queda en Qatar el rey heredero del heredero de Franco. Nos quedan asociaciones ultras denunciando expresiones de democracia que les molestan. Nos queda el poder católico que encumbró al franquismo penetrándolo todo, con perdón. Y el problema es que algunos creen que nos queda tiempo para reparar tanta infamia.


Más Noticias