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Alemania busca transformar su modelo productivo y evitar convertirse en el enfermo económico europeo

La recesión ha gripado la economía germana, cuyas alarmas, sin embargo, se encendieron antes de la pandemia.

El canciller alemán, Olaf Scholz.
El canciller alemán, Olaf Scholz. Nadja Wohlleben / REUTERS

Alemania busca su lugar en el nuevo orden internacional. La locomotora europea ha certificado su ingreso en una fase de recesión técnica. Entró en números rojos –de medio punto– en el último tramo de 2022 y no ha logrado escapar de la contracción entre enero y marzo, cuando su PIB se dejó otras tres décimas.

Y lo que es peor; su doble aval de prestamista habitual y dinamizador de la zona del euro parece haber pasado a mejor vida.

Los expertos convienen en asegurar que la recesión alemana es coyuntural, pero también dejan diagnósticos precisos de que presenta movimientos telúricos estructurales. La primera potencia económica del euro ha perdido intensidad, capacidad de influencia político-financiera y riqueza.

Hasta el punto de que ya se la identifica en el mercado como el enfermo económico global, papel de villano que ha protagonizado durante tres décadas Japón por su ineficacia para evitar recesos productivos y enterrar la deflación.

La economía japonesa creció un 2,7% en el primer trimestre por el robusto gasto del consumo generado por unas subidas salariales que han acabado con largos años de propensión al ahorro.

O, dicho de otro modo: Japón ha desplazado su vigor hacia la demanda interna, tras compartir con Alemania el estatus de potencias exportadoras, en medio de disrupciones en las cadenas de valor, cuellos de botella comerciales y logísticos y colapsos energéticos desconocidos desde los años setenta.

Este contexto ayuda a entender la raíz del descarrilamiento alemán que, sin ser grave en el plano temporal, apunta a una década perdida, de bajo crecimiento y con notables fisuras endógenas y exógenas.

"Estamos en tiempos de grandes agitaciones", advierte el canciller Olaf Scholz, que achaca parte de la debilidad alemana a los efectos de la guerra de Ucrania, con sus ramificaciones energéticas, especialmente perversas hacia la economía germana, a la intensidad que ha dado a la transición ecológica, con ambiciosas metas productivas de emisiones netas cero, y al drástico viraje que ha tomado la globalización y el orden global.

En busca del dinamismo perdido

"La nueva velocidad alemana es un mantra al que apela el canciller, pero que revela una masiva debilidad que, en cualquier caso, surgió ya antes de la gran pandemia", asegura Clemens Fuest, responsable del Instituto Ifo, el think tank económico por excelencia del país.

"La nueva velocidad alemana es un mantra que surgió ya antes de la gran pandemia"

Fuest alude a que Alemania, pese al respaldo a las sanciones occidentales a Rusia y a inspirar la rivalidad geoestratégicamente competitiva de la UE hacia China, mantiene al gigante asiático como su principal socio comercial con ventas y compras combinadas de 298.000 millones de euros en 2022, un 21% por encima del año precedente.

Por séptimo año consecutivo. Berlín depende del envío de tierras raras de Pekín para abastecer la industria de baterías de su poderoso sector del automóvil y para semiconductores de su sensible segmento químico.

BASF, su multinacional química, ha invertido 10.000 millones de euros en una factoría en el sur de China, mientras Volkswagen, el mayor fabricante europeo de coches, ha elevado en un 40% sus ventas a la potencia asiática.

Ambos emporios, sin embargo, ilustran la incógnita de un flujo de mercancías y servicios que puede verse interrumpido por los volteos a la globalización y por los riesgos a una fragmentación en dos del mercado mundial, uno liderado por EEUU y otro, por China, y a una reindustrialización –y relocalizaciones productivas– con subsidios públicos que se ha desatado como una lucha sin cuartel entre EEUU, Europa y el gigante asiático.

La radiografía de la recesión alemana desvela que su fragilidad procede de varios frentes y pone en entredicho el futuro económico de la zona del euro. Al fin y al cabo, el PIB alemán representa el 30% del tamaño del conjunto del espacio monetario y Berlín es el principal socio comercial de más de la mitad de los socios de la UE. "Sin que se atisben signos de mejora", alerta Jörg Krämer, economista de Commerzbank.

"El optimismo del inicio del año ha dado paso a un sentimiento de realidad", afirma el analista de ING Bank Carsten Brzeski, para quien el comienzo de esta decadencia hay que buscarla en los días de Angela Merkel como canciller tras el dictado de las condiciones de rescate a países como Irlanda, España, Grecia o Portugal y la alarmante situación de endeudamiento de Italia, que "se salvó por cuestiones políticas" de solicitar el salvavidas financiero pese a la alarmante escalada de su prima de riesgo.

Scholz proclama que los fundamentos de la economía alemana "son buenos" y que no teme las consecuencias de "enfrentarse a los inciertos acontecimientos". Pero la opinión pública no cree que su Gobierno de coalición con liberales y verdes culmine la legislatura, en 2025. La mitad de los alemanes así lo considera, según los últimos sondeos de opinión, en los que el líder del SPD pierde popularidad.

La radiografía de la Federal Statistical Office muestra que la ralentización del primer trimestre se propagó por la práctica totalidad de las rúbricas del PIB tras la corrección de tres décimas a la baja respecto al dato inicial plano "por los impactos reales de las subidas de precios".

El gasto de los hogares, uno de sus motores tradicionales, retrocedió 1,2 puntos. Y las que no entraron en contracción, como la inversión empresarial o la construcción, lo hicieron con repuntes casi anecdóticos.

"Alemania continuará en peligró", dicen los analistas económicos

Brzeski reconoce que "no es un escenario de recesión severa", porque la caída del PIB desde el verano pasado "apenas ha sido del 1%" y se ha producido una "mínima recuperación industrial por la reapertura de la economía china y la reducción de las fricciones en las cadenas de valor". Pero no ha sido suficiente para que, al inicio de la primavera, "Alemania continuara en zona de peligro".

El Índice Ifo de indicadores directores confirma la certeza de este estratega de ING: en mayo, "todos los sectores fuera de los servicios están en descenso".

Parada manufacturera con riesgo de recesión europea

Una circunstancia a la que le ha pasado factura las presiones inflacionistas y la escalada de tipos del BCE, precisa Andrew Kenningham, economista jefe para Europa de Capital Economics, y que "ha estrangulado la producción manufacturera".

Y podría terminar 2023 con números rojos más intensos, de cuatro décimas, en vez de un receso del 0,1%, avisa el responsable de previsiones económicas del Ifo, Timo Wollmershaeuser, si los precios continúan al alza y las exportaciones, que aportaron cuatro décimas al PIB del primer trimestre, sucumben a la pérdida de demanda de productos made in Germany en el exterior.

"La economía alemana avanza muy lentamente y se encamina a una recesión anual" y dejará el PIB del euro en el 0,6%, tres décimas por debajo del estadounidense.

Para 2024, el Ifo anticipa un crecimiento en Alemania del 1,5%, dos décimas menos que su predicción de marzo. Con una subida de la inflación del 5,8% este ejercicio, sin atisbos de situarla bajo el 2% ni siquiera el año próximo, cuando prevén que repunte otro 2,1%.

El problema colateral alemán es que su mercado laboral sufre retardos -destrucción de empleo- y espasmos, con un notable déficit de cobertura de ofertas de trabajo, lo que ha despertado en la conciencia colectiva germana la sensación de estar perdiendo prosperidad por primera vez en casi un siglo.

Algunas voces empresariales inciden en que la locomotora europea empieza a ser consciente de que "ha dejado de ser una superpotencia industrial" y que los estándares de vida de los trabajadores se han resentido.

Y no les falta razón. Un tercio de las manufacturas europeas proceden de Sajonia, donde se atisba una caída de pedidos industriales y la contracción del mercado laboral.

"Es una situación bastante extraña", admite a Bloomberg Andre Shulte, dueño de una fábrica en Munster con más de 20 años de vida. Porque la economía germana, al mismo tiempo, necesita 400.000 migrantes anuales para volver a operar a toda máquina.

Un aspecto con el que coincide el banco de desarrollo KfW –"el crecimiento de la prosperidad se ha alterado en el país"– y el FMI, desde donde se afirma que "el envejecimiento de la población se acelerará en el próximo decenio", en el que la cuarta economía mundial apenas crecerá un 1% anual, y donde menos del 9% de los alemanes mayores de 65 años trabaja.

Mientras, el BCE, como el resto de bancos centrales occidentales, amenazan con nuevas subidas de tipos, que restarán aún más vigor a Alemania con la zona del euro bajo el impulso de naciones rescatadas como España, Irlanda y Portugal, y sus otras tres grandes economías –Francia, Italia y España– con sus IPC ya por debajo del 2%.

Frente al 6,4% de previsión en junio del índice de precios germano y con el barómetro compuesto de compras del espacio monetario en el nivel 50,3 tras caer casi dos puntos desde mayo, a tres décimas de la frontera de la recesión.

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