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Alberto Anaut, el visionario que profetizó lo que el ojo no ve

El fundador de La Fábrica prestigió la fotografía y emprendió proyectos culturales como PhotoEspaña o el Festival Eñe.

Alberto Anaut, fundador de La Fábrica, PHotoEspaña o el Festival Eñe, en una foto de archivo.
Alberto Anaut, fundador de La Fábrica, PHotoEspaña o el Festival Eñe. Pablo Martín (EFE)

Alberto Anaut (Madrid, 1955) solía decir que sus proyectos tenían ánimo de lucro, pero sin lucro, consciente de la dependencia económica de la cultura, necesitada del mecenazgo de firmas e instituciones. Sin embargo, no temió lanzarse al ruedo desde el periodismo para concebir, junto a Alberto Fesser, La Fábrica, un laboratorio de ideas donde se gestaron PHotoEspaña o el Festival Eñe. Un pionero con una visión comercial de las artes, convencido de que una empresa cultural podía ser viable con el bastón de las ayudas y patrocinios. Algunas iniciativas sucumbieron a las crisis, otras son un modelo de éxito.

Especializado en información económica, pasó por Diario 16, El País y El Mundo antes de reciclarse como gestor cultural para fundar La Fábrica a mediados de los noventa. Había estudiado Sociología, Políticas y Periodismo, aunque no terminó ninguna licenciatura, porque entendió que su carrera era otra: "La cultura es un valor que tenemos que defender entre todos, los poderes y también los ciudadanos, porque es una aventura colectiva", explicaba a El Ojo Crítico en 2014. Y, así, emprendió un maratón como si fuese una carrera de relevos, porque entendía que el futuro era comunal y a largo plazo, no pirotécnico y fuego fatuo.

Un dar cera, pulir cera, que diría el maestro Miyagi a su pupilo en Karate Kid: esfuerzo y constancia sobre unos sólidos cimientos creativos. Si el nombre de su empresa remitía a otras experiencias contemporáneas más allá de los Pirineos, SUR (Escuela para Artistas Totales) recordaba de nuevo a la otra Fábrica fundada por Oliviero Toscani y Luciano Benetton en una villa véneta del siglo XVII. De hecho, Alberto Anaut quería llevarse ese proyecto al campo, pero al final la sede elegida fue el Círculo de Bellas Artes. También para otros concibió y perfiló Matadero y La Casa Encendida, en Madrid, o La Térmica, en Málaga.

Esa persistencia convirtió PHotoEspaña en una referencia internacional, porque supo elevar la fotografía a omnipresente objeto de exposición cuando el formato languidecía en las salas de Madrid y trazar un mapa visual que no solo incluía museos y galerías, sino también espacios abiertos aptos para paracaidistas, como los bares. Gracias a Anaut, ya no era un arte menor. Él achacaba el vacío a la "falta de tradición, de tiempo, de cultura y de modernidad" en nuestro país, explicaba en la entrevista al programa de RNE, donde matizaba que no se debía al "desprecio", sino a esa España cainita donde "nos criticamos muchísimo a nosotros mismos, lo que casi nos justifica hacer las cosas mal".

La reiterada frase de Alfonso Guerra viene al pelo: a la fotografía no la va a reconocer ni la madre que la parió, aunque tardase treinta años en ser relevante, un retraso que el impulsor de La Noche de los Libros y en su día responsable de los suplementos dominicales El País Semanal y La Revista de El Mundo estimaba "comprensible", porque "cuando nos ponemos, lo hacemos".

Entonces, otros países fijaron su mirada en el nuestro, al tiempo que prestigiaba a los fotógrafos autóctonos, a quienes les dedicó la colección PhotoBolsillo y libros monográficos, protagonizados por Alberto García-Alix, Chema Madoz o Cristina García Rodero, pero también de autores hasta entonces desconocidos, como Virxilio Viéitez, aquel fotógrafo de aldea que alojaba a un artista en su interior. Persistir, profundizar e ir más allá, porque después de ennoblecer la fotografía desde Madrid trasladó PHotoEspaña a otras ciudades.

Aunque se embarcó en Notodo.com cuando internet estaba en pañales, el oleaje digital y la crisis analógica bamboleó este y otros proyectos, que no consiguieron llegar a puerto, pese a que todavía hoy permanecen los restos de aquellos naufragios, como Notodofilmfest, ideado por Javier Fesser. Fue insistente, en cambio, con el papel. "¿Se van a morir los libros sin que los defendamos? Yo prefiero que se mueran los libros si los defendemos, pero no quiero que mi generación pase a la historia como la que vio morir los libros", argumentaba en El Ojo Crítico, esperanzado y tozudo.

Un espíritu que posibilitó que Matador siga siendo una revista exquisita, de culto y pasto de coleccionistas, con una periodicidad anual, de la a la z, casi tres décadas de fotografía fetén, si bien no alcanzó a ver el último número porque la enfermedad lo empitonó a los 68 años, una muerte sentida por tantos. "Un hombre de muchos saberes, un hedonista y un esteta a quien gustaban los toros y el boxeo, tanto como la literatura, la arquitectura, la foto, el cine y el vino", reza la necrológica de Rubén Amón en Más de uno (Onda Cero). "Un conservador cálido. Un conversador mejor. Un tipo de excelente sentido del humor y de cualidades humanistas. Un agitador cultural que supo conectar las neuronas de tantos artistas".

Esa es una de las claves de su legado, que incluye el Madrid Design Festival, Pública, Club Matador, Fundación Contemporánea —cuyo Observatorio de la Cultura radiografía el sector en España—, el Archivo de creadores —conversaciones largas y tendidas en vídeo con nombres propios, de Carmen Linares a Miquel Barceló— o la revista Minotauro —sin duda, en estos tiempos, con una temática a contracorriente—, a los que habría que sumar otros eventos deslocalizados, como Fronteras de València y el Festival Internacional de Literatura en Español (FILE), con ediciones en Castilla y León, Extremadura y Murcia.

La conexión. Es decir, esa amalgama de ingenio que partió de La Fábrica como plataforma para el desarrollo de proyectos culturales, donde los artistas ponían la arena y Anaut, el cemento, con el objetivo de que brillase la obra de los primeros. Así, este gestor lúcido y con olfato supo aunar el talento no solo para generar cultura, sino también para crear una marca. Porque todo lo que pasaba por sus manos tenía un sello inconfundible. Y, en ocasiones, la virtud de programar para todos y de comprender que, si se concibe como un polo de atracción, la cultura puede ser a un tiempo masiva y con enjundia, véanse las actividades de Matadero o PhotoEspaña.

Cuando desde diversos frentes asoma la artillería, empeñada en hostigar la ilustración en tiempos de guerra, aunque también de crisis, de pandemias y de batallas ideológicas, conviene recordar aquello que decía Alberto: la sanidad salva vidas, pero la cultura es igual de importante, porque nos hace más libres y mejores personas. Resulta irónico y paradójico, en todo caso, que las luchas fratricidas entre nuestros líderes políticos, quienes felizmente no durarán treinta años en activo, hayan ensombrecido su muerte. "Cuando trabajaba en el periodismo, solamente te daban portadas de cultura si se moría alguien o si era verano". Él se va, el calor aprieta y ningún diario de papel lo honra en la primera plana. Matador.

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